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Serra, agazapado en la torre, también contaba los minutos fatídicos. En su mente solo pasaba la idea de incumplir una norma primordial y intervenir, a pesar de la posible represalia que podría volver a maldecirlo y quizás a su fiel legión. Sin embargo, en todo momento creía que algo sucedería que devolvería al padre José la libertad y la dignidad.

—No puede ser, ¿Durruti? —Un doble sentimiento recorrió su cabeza. Aquel anarquista, junto a sus hombres y algunos huidos de los alemanes, bajaban por las colinas con un extraño fuego, sonidos y reflejos que sin duda formaban parte de una estrategia arriesgada. Por otro lado, Serra no lograba entender qué locura lo había llevado a realizar ese acto suicida.

Centenares de alemanes y rebeldes caerían en esa primera parte, pero estaba claro que era una auténtica locura. Serra enfocó más la situación y vio claramente que eran una minoría frente a aquellos confundidos alemanes que, junto a los rebeldes, rápidamente empezaron a montar defensas para contenerlos.

—Qué locura, Durruti —murmuró mientras observaba cómo bajaban con menos de la mitad de efectivos en comparación con aquellos que ya los esperaban en unas defensas improvisadas—. Es la segunda vez que apareces en los últimos meses. Para ayudarnos a terminar un castigo divino junto a Bala, y ahora para salvar al padre José...

Fue entonces cuando, al ver a aquellos valientes tomar por sorpresa y obligar a retroceder a un enemigo superior, notó una presencia en el flanco de los nazis y rebeldes. No pudo reaccionar, y fue como escuchar una voz aterradora narrar un encantamiento de ira sobre quienes lo realizaban, dirigido a aquellas almas perdidas que no imaginaban que su final había llegado.

Pues sin siquiera el darse cuenta Bala aparecio de la nada [Bala, con su apariencia angelical pero una oscuridad inusual en sus ojos, recita el conjuro con una voz que parece resonar desde las profundidades más sombrías del abismo.]

Bala: (con voz tenebrosa, llena de odio) "Que la oscuridad sea mi manto y el odio mi espada. Que mi ira sea el fuego que consume todo a su paso."

[Su voz, normalmente suave como el susurro de una brisa, ahora suena como el rugido de una tormenta negra y destructiva.]

Bala: (con una mirada que hiela la sangre) "¡Que la luz se desvanezca ante mi presencia y los cielos tiemblen bajo mi poder! Que ninguna fuerza, celestial o terrenal, se atreva a desafiarme."

[Sus alas, normalmente blancas como la nieve, se vuelven negras como el ébano, extendiéndose majestuosamente a su alrededor mientras canaliza su ira.]

Bala: (con una risa macabra que hiela los huesos) "¡Que mi voluntad sea la ley suprema y mi venganza, inevitable! Que el universo mismo se postra ante mi furia desatada." Y La atmósfera se carga con una energía oscura y opresiva mientras Bala termina el conjuro, su figura envuelta en una aura de poder maligno que parece emerger de las profundidades del abismo.]

Bala: (con una sonrisa retorcida en los labios) "¡Que el odio ciegue sus corazones y los consuma! ¡Que la furia sea su único guía y el rencor, su única razón de ser!" Fue entonces cuando un silencio tenso llena el aire mientras Bala levanta la mirada, sus ojos ahora ardiendo con un fuego oscuro y vengativo que parece consumir todo a su alrededor.

Bajo el paso de las esferas de espadas, el suelo se convierte en un paisaje desolador y macabro. La tierra, una vez firme y sólida, ahora está empapada de sangre y cubierta de pedazos de cuerpos destrozados. Cada paso de las esferas deja a su paso un rastro de destrucción, como si el mismísimo infierno hubiera desatado su furia sobre el campo de batalla.

Los restos humanos, desmembrados y mutilados, yacen esparcidos por el suelo, formando un tapiz grotesco de muerte y sufrimiento. Los gritos agonizantes de los soldados heridos se mezclan con el sonido siniestro de las cuchillas cortando el aire, creando una cacofonía de horror que se cuela en el alma de cualquiera que tenga la desgracia de presenciarla.

A medida que las esferas continúan su avance implacable, el suelo se tiñe cada vez más de rojo, convirtiéndose en un mar de sangre que refleja el horror y la brutalidad de la batalla. Para Serra, la visión de tanta destrucción y sufrimiento es abrumadora, recordándole la fragilidad de la vida y la brutalidad de la guerra en toda su crudeza.

El rostro de Serra se ve atravesado por una mezcla de asombro, terror y profunda tristeza mientras observa la escena desgarradora que se desarrolla ante él. Sus ojos, normalmente llenos de serenidad y compasión, reflejan ahora una profunda preocupación y horror por el sufrimiento que se despliega ante él.

Sus cejas, habitualmente suavemente arqueadas en una expresión de calma, se tensan en una mueca de angustia mientras observa el caos y la destrucción que se extienden por el campo de batalla. Su boca, normalmente curvada en una suave sonrisa, se contrae en una línea tensa y apretada, revelando la tormenta de emociones que agita su interior.

El color de su rostro palidece ligeramente, contrastando con el brillo dorado de su piel angelical, mientras lucha por contener la oleada de emociones que amenaza con abrumarlo. A pesar de su inmenso poder y sabiduría, Serra se siente impotente ante el sufrimiento humano que presencia, recordándole la fragilidad de la vida y la brutalidad de la guerra.

Aunque su mirada sigue siendo firme y decidida, hay un destello de tristeza y resignación en sus ojos, como si supiera que, a pesar de todos sus esfuerzos, no puede salvar a todos aquellos que están siendo arrastrados por la marea de la violencia y el odio.